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Raíz y Cielo

Todo comenzó como un gran viaje a un lugar lejano e inhóspito en una región que, desde la posición central que nos encontramos las grandes ciudades, desconocemos.

 

Con todos mis equipos y con una valija repleta de dudas me embarqué, en esta, que fue mi mayor aventura. 

 

El vasto territorio del gran impenetrable chaqueño me recibió cálido, a pesar del gran frío de junio. Mi primer paraje a conocer fue Vizcacheral, una pequeña comunidad Wichí ubicada al margen del río Bermejo. Allí pude compartir varios días con los pobladores y poder ver su desempeño en la cotidianeidad de sus vidas, y marco mis primeros esbozos para lo que al final me terminó enseñando el habitar junto con estas comunidades.

 

En unas de mis incontables entrevistas que realicé en mis 6 meses de estar en allí, pude conocer a la criolla Alejandra Rojas, del paraje La Florida. Allí ella dijo algo que claramente está en la mente de cada uno de los habitantes. Y cito:

 

“En el monte está lo bueno y lo malo… Yo elijo lo bueno…”

 

En cada uno de los lugares donde vivimos, convive con nosotros lo “bueno y lo malo” y claramente es una balanza que en lo cotidiano está midiendonos. Pero el monte saca el estado primitivo de nosotros y es una pelea constante por no caer en esa necesidad de recurrir a lo malo lo que lo hace peligroso.

El Gran Chaco Americano, es un bastión de culturas milenarias que se resiste, silenciosamente, a ser colonizado. Los avances tecnológicos, cada vez más necesarios para mejorar las calidades de vida, avanzan sin cesar. Ese avance tiene que ser controlado, no tiene que dejar de ser un acompañamiento, ya que si es incontrolable, se pueden borrar costumbres culturales que hacen a la identidad de los pueblos.

 

Ellos están ahí, como hace miles de años, como sus ancestros tratan de vivir un día más, pero las segregaciones y colonizaciones no solo vienen de las necesidades básicas, como la alimentación y el crecimiento de conocimiento, sino también religiosa. 

 

“El monte es vida” me dijo una vez una mujer Wichí, mientras caminábamos por él buscando chaguar para sus artesanías, “en él tenemos todo lo que necesitamos, la comida, la sombra para los animales, lo que nosotras necesitamos para nuestras artesanías y sin dudar nuestros recuerdos”. 

 

La deforestación no solo es un ecocidio, sino también una forma de borrar costumbres milenarias de nuestros indígenas, que día a día pelean una batalla casi perdida por su soberanía alimentaria.

 

En el libro se puede dar una primera ojeada a esa costumbre, de ese equilibrio que hay entre el hombre y el territorio, de la libertad de vivir, de la fortaleza a crecer y del deseo de encontrarse allí en la plenitud de uno mismo.

Nota del autor: Nicolás Heredia 

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Gran Chaco Americano.jpg

Existen muchas realidades, pero hay una en especial que nos interesa, no la conocemos, intuimos que una región está amenazada, pensamos que las personas de un territorio no la pasan nada bien, sabemos que no sabemos, pero queremos saber.

Somos privilegiados, logramos con mucho esfuerzo que nos dejen entrar. Estamos allí, observamos; miramos y aprehendemos, tratamos de no prejuzgar. Sabemos que somos objetos en el no lugar, pero nos aceptan. No entendemos el lugar, no comparten nuestro modo de pensar, nuestros hábitos y costumbres. Incluso muchas y muchos no hablan nuestro idioma (que es el oficial) no les preocupa.

Somos privilegiados, estamos documentando, nos sentimos documentalistas de una realidad ajena.

Diría John Berger:

 

"El modo de ver del fotógrafo se refleja en su elección del tema. El modo de ver del pintor se reconstituye a partir de las marcas que hace sobre el lienzo o el papel. Sin embargo, aunque toda imagen encarna un modo de ver, nuestra percepción o apreciación de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver".

 

Nuestra mirada es la responsable de poder contarle al otro como es. Como es en realidad, nuestra forma de mirar esa realidad. 

Sabemos que esa realidad quizás no sea como la miramos, por eso llevamos la pesada carga de la subjetividad, preñada de colores citadinos e ideas cosmopolitas. Alguien, muchos quizás, contrato social de por medio, entenderán que esa realidad es como nosotros la miramos. Salir del lugar común del cliché fácil, pararse en otro lado implica seguramente optar por el camino escabroso, el que requiere tiempo, mucho tiempo y respeto por la otra y otro diferentes, por lo no convencional, por pensamientos surgidos desde cosmovisiones ancestrales pero muy distintas a las nuestras, en muchos casos hasta antagónica con " Nuestro modo”. Este  universo intelectual formado en la Cultura de las Sociedades Complejas, tiene que tornarse humilde con lo desconocido y volver a lo primario.

 

Este acto es fundamental, de retorno a lo originario, para ser Documentalista, como todo lo que en los papeles parece sencillo, en el derrotero de transitar lugares y costumbres diferentes no lo es. Porque es la base del arduo camino que ya elegimos.

Diría Scott Kelly:

“You have to get wet, when it rains”

 

Pero no llueve en el Impenetrable, las fotos de Nicolás Heredia transpiran sequedad. Son polvorientas, tienen manos resquebrajadas por el trabajo en un clima tan adverso como la no mirada del estado, ausente, en una realidad que desde casi siempre, no quiere mirar. Heredia documenta la vida de las personas en el Bosque, que ellas desconocen como tal. Ellas y Ellos lo llaman Monte y por lo difícil de transitar, Impenetrable. Pero la mirada de Nicolás desmitifica, nos muestra que ya no es tan Impenetrable, no porque dejó de ser adverso, sino porque la deforestación lo está exterminando.  Igual, siempre está presente como la tierra polvorienta, como su vegetación espinosa, como las víboras que no se esconden porque saben el poder  que su veneno les da en el Monte.

 

Fotografías que muestran la cotidianeidad de los seres que las inundan. Los muestra como son, con lo que tienen y lo que no. Con sonrisas amplias y miradas limpias de frente a cámara, de costado o de espaldas; sin posar o tomándose un respiro para posar y descansar del trabajo duro; pesado y despojado de toda tecnología. Heredia aprovecha esto para mostrarnos detalles de manos muy curtidas por la intemperie y el paso del tiempo, pero a la vez con una delicadeza sublime, tan sublime que terminan ilustrando la portada de “Raíz y Cielo”.

 

Las mujeres, nunca no están. Las mujeres son el centro de todo, como el Monte, como la Tierra. Se las ve en largas caminatas por el monte en busca de alimentos y materia prima para las artesanías. Están recolectando; abriendo los surcos; sembrando; hilando y criando a sus hijas e hijos que llevan a cuestas; tejiendo y cocinando; sonriendo y pensando; carneando y escondiéndose de la cámara. Nunca no están.

 

Las niñas y los niños ocupan un lugar con peso específico dentro de este relato, se los ve siempre jugando, transitando una infancia digna, lejos de los peligros que los podrían acechar en las grandes Urbes. Se divierten con cosas sencillas. Juguetes hechos, como casi todo en el Monte, con lo que hay. No hay lugar para el Pakagin o el Marketin, Tampoco jugueterías.

 

Los Hombres están para la mirada del autor en un segundo plano, se los ve trabajando y descansando, pero no con el protagonismo de las Mujeres.

Con esta obra el autor, en definitiva, nos invita a repensar el lugar del otro, no el otro de enfrente, el otro de la cola del banco, el otro que llena las canchas de fútbol los domingos, el otro desconocido, pero igual a nosotros. No. El otro diferente, muy lejano, tanto como se puede estar de postergado y olvidado.  El otro, ese otro ser humano.

Sebastian Suarez Meccia, Rosario 08-2020. Argentina

Relatos e historias del Impenetrable

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